Entre inversión y compromiso: el dilema fiscal mexicano
En el horizonte económico de México se abre una duda que muchos prefieren esquivar: ¿el país se está endeudando para crecer o solo está comprometiendo su futuro?
Según el Paquete Económico 2025, los requerimientos financieros del sector público cerraron 2024 en 5.9% del producto interno bruto (PIB). El déficit proyectado para 2025 ronda el 3.9%. Hasta ahí, parece una buena señal.
El saldo histórico de la deuda —el verdadero tamaño del compromiso— alcanzará el 52.3% del PIB, lo que equivale a más de la mitad del valor de todo lo que produce México.
Además, el gobierno tiene luz verde para contratar hasta 1 billón 580 mil millones de pesos de deuda interna y 15,500 millones de dólares de deuda externa. Una cantidad enorme que podría transformarse en infraestructura, empleo y desarrollo o en simples pasivos si no se usa bien.
Dato que preocupa: entre enero y mayo de 2025, la inversión física del gobierno cayó un 29.1%, lo que deja en duda si los recursos están llegando a donde más generan valor.
															 
															
Dos enfoques se enfrentan
-  Inversión para el desarrollo
 El gobierno defiende la deuda como una herramienta para financiar obras y programas sociales. Bien ejecutada, puede generar crecimiento y atraer inversión privada (crowding in).
-  Riesgo de sobrecompromiso
 Expertos advierten que mantener la deuda por encima del 50% del PIB, sin mejorar los ingresos públicos, puede volverse insostenible. Si la economía no crece al ritmo esperado, el peso de los intereses se disparará.
															 
															
Cuatro variables clave para 2025-2026
- Crecimiento económico real: si no hay expansión, el pago de la deuda se vuelve más costoso.
- Eficiencia del gasto: no es cuánto se gasta, sino en qué se gasta.
- Estructura de la deuda: moneda local o extranjera, plazos, tasas… todo importa.
- Transparencia: cada peso prestado debe rendir cuentas claras.
															 
															
La deuda no es mala en sí misma; lo peligroso es usarla sin estrategia. Si se convierte en un motor de desarrollo (inversión en infraestructura —carreteras, aeropuertos, etc.—, inversión para generar regiones dedicadas a industrias ex profeso o sectores) puede ser una apuesta inteligente.
En cambio, si se diluye en gasto corriente (gastos recurrentes y necesarios para el funcionamiento diario de un gobierno u organización, como salarios, pago de servicios, compra de materiales y mantenimiento), o en programas sin retorno, solo quedará la factura para las siguientes generaciones.
															 
															
Alto a la deuda
México no necesita más deuda, necesita más dirección. Endeudarse puede ser una jugada inteligente si hay un plan claro, objetivos medibles y voluntad de rendir cuentas. Lo preocupante no es cuánto se pide prestado, sino cuán poco se explica qué se hará con cada peso. Porque, al final, el verdadero déficit no está en las finanzas públicas, sino en la visión.




 
  
     

